Capítulo 12. La cara ‘A’ de Senegal. (Dakar-Thille Boubacar: 455km)

Nos levantamos renovados, desayunamos y al bajar a montar las maletas, nos dimos cuenta que nos habían limpiado la moto … ¡Así daba gusto encontrársela! Salimos con una sonrisa, estas pequeñas cosas nos hacían olvidar las calamidades vividas y nos hacía pensar en volver por la amabilidad de su gente. 

Hicimos unos pocos kilómetros con peajes y volvimos rápidamente a carreteras caóticas, pero conforme íbamos avanzando hacia el norte alejándonos de la capital, ya empezaban a conducir muchísimo mejor, lo que hacía que la ruta fuera más amena.

En este viaje, como bien hemos comentado en alguna ocasión, nuestro objetivo era ayudar a la ONG Labdoo y llevar un portátil (no pudimos llevar más de uno porque no nos cabían en las maletas) al instituto de Thille Boubacar para que los alumnos tuvieran oportunidad de estudiar en mejores condiciones. 

Llegar fue fácil, pero encontrar el instituto se nos complicó un poco, dimos un par de vueltas sin éxito hasta que decidimos preguntar, y gracias a las indicaciones que nos dieron, por fin averiguamos dónde nos estaba esperando nuestro contacto. 

Kawo era nuestro contacto, hablaba un francés perfecto, lo que nos facilitaba la comunicación, Elena hacía de intérprete entre los dos y así conseguíamos mantener una conversación medio “fluida”. Nos enseñó el instituto en el que varias de las aulas habían sido financiadas por la Diputación de Girona, también nos presentó al médico del pueblo, vivía allí los 365 días del año junto a su mujer, junto a Kalo nos hizo visitar el ambulatorio en el que atendían a la población de varios pueblos a la redonda. Este último era bastante grande, tenía hasta paritorio, pero había que ver el estado en el que estaba, realmente daba cosa …, disponían como de un tipo de incubadora para bebés recién nacidos, era básicamente una cunita con una lámpara para darle calor al bebé. No obstante, Kalo estaba orgulloso de enseñarnos todo lo que tenían, incluso una ambulancia donada también por la Diputación de Girona. Nos estremeció el corazón ver cómo “sobreviven” en comparación con nosotros.

Después de la visita y de dar una vuelta por el pueblo, nos presentó a su familia y a la familia de un amigo suyo, donde nos quedaríamos a cenar y a dormir. Fatu era la mujer de su amigo y nos acogió con los brazos abiertos, era dulce, cariñosa, amable, sabía poco francés, pero hacía un esfuerzo por comunicarse con nosotros. Su hospitalidad fue increíble. 

Nos enseñó la casa en reformas donde vivía con sus 5 hijos y sus 5 sobrinos ya que la madre de éstos había fallecido unos meses atrás y ella se hizo cargo de todos ellos. Nos invitó a que nos pusiéramos cómodos y nos dejó una habitación donde nos pudimos cambiar cómodamente hasta que una cabra intentó forzar la puerta. Allí los animales de granja entraban en casa como si nada … ¡Menudo susto nos pegamos!

Una vez cambiados de ropa, salimos y habían extendido una gran tela en el suelo donde nos sentamos junto con todos los niños de la casa a los que también se juntaron unos cuantos amiguitos. Toda la aldea sabía que habían llegado unos locos españoles en moto y los niños tenían una tremenda curiosidad. Estuvimos jugando un buen rato con ellos, todos querían sentarse a nuestro lado, nos faltaba cuerpo para todos ellos. A Elena incluso le hicieron trenzas en el pelo, se extrañaban que lo tuviera tan liso y no paraban de tocárselo. Por las caras de dolor que ponía Elena, mucho tacto no tenían, veía como le estiraban el pelo con una fuerza bruta que casi le arrancan el cuero cabelludo. 

Después de un buen rato entretenido con ellos, Fatu dispuso en la misma tela en el suelo la enorme cazuela llena de pollo, patatas y cebollitas. Nos hizo lavarnos las manos con dos cuencos y una jarra ya que como bien sabéis aquí se come con las manos y deben de estar limpias. Los adultos nos sentamos alrededor de la cazuela y Fatu como matriarca, se dedicó a desmenuzar el pollo con las manos y dejarlo en el lado de la cazuela que nos correspondía. Siempre lo hacía así, porque así se aseguraba que todos comían más o menos lo mismo y que a nadie le faltaba de nada. Era curioso la verdad. Después del pollo, nos ofrecieron las bebidas, sí, curioso también el hecho de que la bebida la saquen al final de la cena. Y de postre, nos pelaron unos deliciosos mangos, uno para cada uno …  Terminamos que no nos podíamos ni mover de lo que comimos. ¡En la vida hemos comido un pollo y unos mangos tan ricos! 

La sobremesa fue muy distendida, Kalo aún estaba con nosotros y nos dedicamos a hablar de nuestro viaje y de muchas otras cosas.  A la hora de irnos a dormir, como la casa estaba en reformas y hacía un calor de mil demonios dentro, nos invitaron a dormir con todos ellos en la azotea, en unos colchones tirados en el suelo con sus respectivas mantas y mosquiteras. Nos resultó curioso pero a la vez muy divertido.

El día de hoy nos quedaría grabado para siempre. Esto es lo que realmente queríamos de este viaje.


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