Día 10. Valle de Nubra: Dunas, camellos y el último pueblo de India.

Hoy nos levantamos temprano pero sin estridencias y vamos al comedor a por el desayuno. Tenemos buffet libre donde nos podemos poner morados. Hay la típica tortilla y las tostadas con mantequilla y mermelada, pero también tortitas caseras, miel y hasta legumbres picantes!

Con la panza bien llena y vestidos de paisanos nos dirigimos hacia las dunas, a escasos kilómetros de nuestro hotel.

Es frecuente ver en en los hoteles y demás sitios pegatinas de viajeros que pasaron por ahí, pero nos hizo gracia e ilusión encotrar la pegatina de Viajoenmoto.com, un programa genial que suelo escuchar dedicado a los viajes eeeeen motocicleta. Muy recomendable. Le dejamos la pegatina de MotoRutones para que le hiciese compañía 🙂

Tomamos una pista que parece que va en dirección a las dunas para ir a buscar los camellos con los que pretendemos dar un paseo. Alcanzamos a otro par de moteros que están preguntando a un todoterreno algo. Nos cuentan que el del 4×4 les ha dicho que vamos en buena dirección, pero que los camellos tardarán como media hora en estar operativos.

Rápidamente se me ocurre una forma de matar el tiempo ¡¡hacer el tonto por las dunas!! Con estos neumáticos de carretera no se puede hacer gran cosa pero para trompitos por la zona más dura y unas cuantas risas si que dan.

Y tras darme por saciado con la arena, nos dirigimos a buscar el lugar de donde salen los paseos en camello.

Se dice que estos camellos, llamados bactrianos, tienen origen mongol y que se usaban para hacer la ruta de la seda. Cuando esta se interumpió, una colonia quedó en estas dunas y aquí siguen pasados los siglos.

Lo primero que queríamos ver de primera mano era si los animales estaban bien cuidados. No hay que indagar mucho para ver el problema que hay en India (y otros sitios) con los elefantes dedicados al turismo y las pobres condiciones en las que viven. También hemos visto sitios en Marruecos donde los camellos se tiran todo el día con una pata atada flexionada para que no se larguen.  No queríamos alimentar este maltrato, si lo hubiera.

Nos alegró comprobar que los camellos tenían buena pinta y que los trataban bien, así que decidimos subirnos.

Estuvimos dudando qué duración del trayecto contratar. Había de 15, de 30 y de 60 minutos. Nos preguntábamos si una hora bajo este sol sería demasiado, pero finalmente decidimos cojer los 60 minutos y que fuera lo que tuviera que ser.

El subirse y bajarse de estos gigantescos bichos es lo más problemático, aunque para mí lo peor fueron los 5 primeros minutos. Estaba incomodísimo entre las dos jorobas; una me pisaba los huevos y la otra me hacía daño en la rabadilla. Hasta que conseguí ponerme de tal forma que fuese soportable dudé que pudiese aguantar la hora contratada.

Pero una vez pillado el truco fue un paseo muy agradable y curioso. Chapurreando algunas pocas palabras de inglés, nos contaba nuestro guía que estos camellos viven en libertad y que los pastorean durante «las horas de trabajo» y que luego vuelven a quedar libres.

Tal y como esperábamos, el sol azota sin piedad y debemos cubrirnos todo lo posible para no quemarnos.

Pasear en el camello, una vez acostumbrado a ir sobre un ser vivo, te permite contemplar el paisaje a un ritmo relajado. Fue muy agradable.

Si os parece que el camello de Urmila tiene las jorobas caídas, el mío las tenía más. Yo quería ayudarle y ponérselas rectas, pero es imposible, eso está muy duro jajaja.

Cuando volvemos hay un montón de gente, nos alegramos de haber venido más o menos pronto! Mientras nos retiramos nos paran un grupo de unos 7 u 8 moteros indios que se encontraban haciendo su viaje por esta zona. A estas alturas de crónica os podéis imaginar sus reacciones al preguntar a Urmila cómo se llamaba … jajajja. Llama mucho la atención que lo primero que nos dijeran fuese si nos importaba hacernos una foto con ellos. Nosotros nos preguntamos ¿por qué?. Luego eran muy majos, claro.

Urmila quiso aprovechar el arroyo que trae agua de deshielo para sumergir su pobre pie, o «pie de colores» como ella lo llama.

Volvemos al hotel a vestirnos de moto. Hemos dejado los vaqueros aireándose en la terraza de nuestra habitación ya que han adquirido un importante olor a camello. Esperemos que sea suficiente con eso. No queremos dedicar el tiempo que nos queda a lavar la ropa así que salimos hacia Turtuk. El gerente del hotel se asustó un poco al vernos marchar con la ropa de moto y la mochila sin haberle pagado. – ¿pero volvéis esta noche?  – Sí hijo, sí. – ¿pero antes de las 8, verdad? – eso espero!

La ruta hacia Turtuk discurre por las orillas del río Shyok, por una estrecha carreterita en bastante buen estado.

Los kilómetros se suceden y el paisaje cambia tras cada curva. Es una ruta preciosa, solitaria y recóndita. Estamos solos casi todo el tiempo. Únicamente cruzamos algunos puestos militares donde nos hacen pasar sin más hasta llegar a una gigantesca base militar donde tenemos un control de pasaportes en el que debemos detenernos.

Nos metemos en la caseta. Dentro hay 6 hombres viendo un partido en la tele tumbados aquí y allá, mientras el señor militar toma nota de todos nuestros datos en su poco lustroso cuaderno y finalmente nos da un papelito rasgado de una libreta y escrito a mano con un código. Nos dice que cuando volvamos, le demos el papelito para poder seguir.

Seguimos descendiendo pensando en que estaría bien encontrar un sitio donde comer, pero aquí no hay dhabas ni pueblos. Suerte que habíamos comprado unas galletas de emergencia y unas papas y esto sería nuestra comida a un lado de la carretera viendo las vistas. No dejamos de alucinar con el paisaje. Como algo tan árido puede ser tan diferente en pocos kilómetros.

El tiempo que estuvimos aquí parados únicamente pasaron un par de coches.

Continuamos nuestro camino mirando el reloj porque por nada querríamos que se nos hiciera de noche. Si ya pasa poca gente por aquí, de noche creo que si tuviésemos un problema estaríamos solos.

Poco después encontramos un pequeño pueblo donde no estamos seguros si había dónde comer, pero casi mejor haberlo hecho en plan rápido, porque así ahorramos tiempo. Nuestra idea era darnos la vuelta como máximo a las 16:30, pero no podemos parar. Este paisaje nos tiene enganchados de una manera difícil de explicar. Es de lo mejor que hemos visto en el viaje. El ambiente es mágico. Llegamos a Turtuk pasada la hora límite por lo que ni bajamos de la moto. Una pena, queríamos ver cómo era el «último» pueblo antes de Pakistán (hay otro pero nosotros los turistas no podemos pasar). Sólo nos dio tiempo a ver la calle principal y comprobar que se trata de un pueblo musulmán, pero poco más. Una lástima, pero estábamos totalmente fuera de tiempo y con nuestras cosas en el hotel de Hunder, por lo que debíamos volver… así que deshicimos el camino bastante más deprisa de lo que lo hicimos, sin parar apenas. Entregamos el papelito en el puesto militar y continuamos lo más rápido que la vía permitía manteniendo la seguridad. Aún falta una hora para que anochezca, pero aquí las montañas son tan altas que el sol se esconde mucho antes de lo previsto. La noche caía pero conseguimos alcanzar el hotel con las últimas luces de la tarde.

Un día redondo que culminamos con otra cena copiosa, tal vez abusiva, pero el cuerpo la demanda y más sin haber comido apenas.

Maña volvemos a las carreteras salvajes! Esto es adictivo.


Deja un comentario